domingo, 7 de agosto de 2011

de primera clase a una vitrina rodante no apta para claustrofóbicos


Debido a un error de cálculo, perdimos nuestros flamantes billetes de Bundi a Udaipur en primera clase. Está claro que lo nuestro no es viajar con lujo...
La pardillada en cuestión consistió en que el tren que suponíamos debía salir esa noche a las 02:00h había salido ya a las dos del día anterior (ya que aquí, como en todos los sitios del mundo, que cosas, pasadas las 12 de la noche ya es otro día...)
Afortunadamente gracias a un paisano que nos ayudó desinteresadamente a confirmar nuestra reserva, nos dimos cuenta del error de fechas antes de llegar a la estación de madrugada y montarnos en un tren que no era el nuestro.
La única solución para solventar nuestra cagada sin cambiar los planes de viaje fue pillar un autobús, por 300 rps (5 €) cada uno, de litera doble, sin tener muy claro dónde nos metíamos.
La estupenda estación de autobuses, no era otra cosa que una estrecha tienda de chuches con bancos a ambos lados, en la que no sobraba ni un hueco ya que llovía a cántaros.



Ya en el interior nos encontramos un autobús de altura normal dividido en dos pisos y separado en habitáculos tipo ataúdes individuales o dobles.


Nos metimos con nuestro equipaje en nuestra pequeña pecera, que se cerraba con cristales correderos. Desde dentro la sensación era como estar en una vitrina de una tienda de mascotas.
Al arrancar el bus, nos entró una risa nerviosa. Bah, sólo son ocho horas de traqueteos y calor agobiante...


Como una hora después de salir, cuando ya empezábamos a coger postura el autobús comenzó a emitir extraños y preocupantes ruidos y cómo era predecible se acabó parando. Tras un rato se empezaron a escuchar martillazos, golpes y gritos, qué más o menos venían a decir: arranca, acelera, dale dale... Aunque sin mucho éxito.
Dejé a Nuria fritanga en la pecera y salí a inspeccionar, en vista de que el autobús se había quedado prácticamente vacío. Afuera todos los indios del bus estabán sentados en el bordillo de una oscura y solitaria carretera, me senté con ellos a ver cómo intentaban arreglar la avería. Mientras estaba ahí sentado, pensé, he dejado al pit bull al cuidado del equipaje así que tranquilo, me quedaré un rato fuera que se está más fresco.
Pasadas dos horas, MILAGRO!! contra todo pronóstico el autobús arrancó. Montamos todos en el bus para continuar viaje. Al subir a mi litera me dí cuenta de que no tenía que haber estado tan tranquilo fuera, ya que el pit bull dormía a pierna suelta, en un estado semicomatoso, no se enteró de nada de lo sucedido.
Tras 8 horas y media, llegamos a Udaipur con los ojos llenos de legañas, dispuestos a patear la ciudad donde se rodó Octopussy.

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